Sigo siendo Gregorio Ordóñez. Un muerto con un cúmulo detrás de decente y valerosa historia en defensa de la libertad. Asesinado en una ligazón civil y terrorista en su paisana Vascongadas. Los criminales de ETA y sus marcas políticas blancas (o brazos político-ideológicos) siguen, sin embargo, manteniéndose en instituciones o huidos de la justicia. Son un chancro de hedor insoportable; como lo es esa sociedad civil que justifica los asesinatos y secuestros y extorsiones cometidos a lo largo de tantos años de ignominia. En esta España que luce la identidad en la verga y la moralidad en la cartera. Guerra, pues, a los sepultureros de su vida y de su memoria.
(VMR)
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