¿Sentiría yo odio hacia el odio? Ni una pizca. Lo he descubierto terco y brutal, pero sobre todo, sumamente estúpido en su voluntad original por igualarse a Dios. Decide sobre el alfa y la omega de la creación, se cree que puede permitírselo todo, croa y da saltitos como una rana y pretende ser Júpiter tonante. La gente honesta, los religiosos sinceros, los realistas sin ilusiones tienen la inteligencia de sus límites, no necesitan odiar el odio para combatir su locura asesina y sonreír con su ridículo.
NOTAS
- GLUCKSMANN, André: El discurso del odio, Madrid: Taurus/Santillana Ediciones Generales, S.L., 2005, p.268.
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