Dulce María Loynaz
Poema del insomnio/I
Señor, es necesario que me des con el pan nuestro, el sueño
nuestro de cada día.
Más que el pan diste el sueño a todas las criaturas de la
tierra: no se lo niegues, pues, a quien no es menos tuya que
las otras. Y tú sabes Señor que los gusanos del polvo y las
fieras de los bosques y los peces del mar, no sienten esta
urgencia que yo siento de descansar un poco de mí misma
y de contar, a veces, los días de mi vida para saber qué puedo
hacer con ellos. Si no duermo, no hay días que contar en esa
vida que te debo y que me debes. No hay más que un solo día neutro, un día sin ayer y sin mañana, perdidos sus perfiles, perdidas sus fronteras, que sólo marcar puede tan
dulcemente el sueño. Marcar y hacemos llevadera la presencia de ese monstruo invisible que es el tiempo; monstruo
que no sabemos siquiera imaginar, y cuyo verdadero nombre ignoramos, y del que no tenemos más vestigios que las
lentas, pero seguras dentelladas que va dejando al paso en nuestro entorno, en nuestra alma, en nuestro cuerpo.
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