Sábado, 15 de febrero de 2020
Vive con ese cuerpo tan alto y esa lucidez mental. Lo miro y sé que se reconoce como pájaro enjaulado. Lo dejo a la entrada de la Residencia cuando regresamos de nuestros encuentros semanales fuera de la institución: son días buenos, de vino y de rosas. Siempre gira su cabeza para despedirse, ya a cierta distancia, con esos ojos que transmiten ternura; con esa soledad a cuestas que tanto le atemoriza. Yo termino destrozado, huérfano, porque no sé si lo volveré a ver.
(VMR)
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