Cuando uno ronda los setenta, le apetece tan poco leer mal como vivir mal, porque el tiempo transcurre implacable. No sé si Dios o la naturaleza tienen derecho a exigir nuestra muerte, aunque es ley de vida que llegue nuestra hora, pero estoy seguro de que nada ni nadie, cualquiera que sea la colectividad que pretenda representar o a la que intente promocionar, puede exigir de nosotros la mediocridad (Harold Bloom: Cómo leer y por qué, Barcelona: Editorial Anagrama, S.A., 2000: 25). El subrayado es mío.
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No es malo recitarse a uno mismo poemas: tanto en el propio acto de la declamación, como confiando en el recuerdo de los mismos y en su constante rememoración. La poesía trasciende tanto, que como el amor, el aire..., ayuda sin duda a vivir.
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Nunca podré renunciar a esa voz cálida, sensual. Jamás estoy dispuesto a marcharme cuando comienza la tonada. Su pensamiento aviva el mío. Y admito que a veces es difícil soportar tanta fugaz alegría.
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