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JOSÉ CARLOS CATAÑO
Viernes, 26 de septiembre
Ahora correrán ríos de tinta sobre la declaración, ante parlamento, del padre de la patria. Eso sí ha sido un "relato", no el relato con que nos machacan los Barbeta, los Juliana y otros comisarios de transmisión y propaganda. Resulta que el padre enriquecido en los años 30 y 40, atemorizado por la entrega patriótica del hijo, le deja un legado en el extranjero, lejos de la dictadura franquista y de los avatares políticos españoles, por si acaso. El hijo, el padre de la patria, se pregunta: Si otros con su dinero se han dedicado al coleccionismo, a la especulación, a dar la vuelta al mundo…, ¿por qué no puedo entregar mi legado para la construcción de mi patria?
Y nos estaba convenciendo el buen hombre, el relato de una historia con/contra el Padre -que busca la inteligencia de la mujer del Hijo, ya que este es irreductible-, cuando, tras el turno de preguntas parlamentarias, le traiciona la soberbia: el patriota se revela como lo que es: autoritario, dictador demócrata.
Cuánto me recuerda la historia (y el "relato") de aquel director de colegio de élite, ilustrado y nacionalista, en el que ejercí durante unos años. La misma ambivalencia, el palo y la zanahoria, y la invocación a los grandes principios: el esfuerzo, la ilustración, la excelencia.
También allí se preparaban los cerebros que iban a gobernar el país amenazado por el franquismo y sus sucesores. Los pocos que desobedecíamos, a aquel sistema pedagógico lo llamábamos "depotismo ilustrado"; y el que no servía, el alumno en crisis porque entraba en la pubertad, se le echaba del ilustre colegio por carencia de personalidad.
Todo un dictador que enamoraba/amedrentaba al claustro de profesores. Y aun las víctimas de sus ataques de ira lo excusaban: actuaba de tal modo porque se consideraba responsable de la muerte de su hijo.
El Poder se ejerce desde la corrupción. El enriquecimiento es construcción de poder, y se provee de corrupción. También existe corrupción lejos de las escalinatas del Poder. Pero hoy hemos asistido, por televisión, al relato humano, a la novela que como tal nos ha convencido: el padre contrabandista, temeroso de Dios y protector de la familia, el hijo abnegado que compra todo lo que es necesario para levantar un país: prensa, instituciones culturales, bancos. Un relato perfecto. Un oasis todavía más espléndido que el que barruntó Manuel Brunet i Solà para distinguir el país, Cataluña, de la jamerdana española.
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